LA SOLIDARIDAD: El contexto, el significado y el uso de un término y un tema. (SEGUNDA PARTE)

(Segunda Parte) Primera Parte pulse aquí. Fray Rodolfo Hernández Medrano, Ofm. [1] LOS DIVERSOS SIGNIFICADOS Y FORMAS DE “SOLIDARIDAD” ...

(Segunda Parte)

Primera Parte pulse aquí.

Fray Rodolfo Hernández Medrano, Ofm.[1]

  1. LOS DIVERSOS SIGNIFICADOS Y FORMAS DE “SOLIDARIDAD”

El significado, el uso y la interpretación de las palabras en un hecho social que forma parte del patrimonio cultural, del cual la filosofía y teología cristianas son depositarias. Esta realidad cobra especial interés cuando el pensamiento cristiano utiliza categorías cuya procedencia corresponde a las ciencias sociales. Por tal motivo, es imprescindible un acercamiento a los diversos significados y formas de solidaridad para comprender mejor la utilización de este término por la reflexión ético-teológica.

2.1 El significado etimológico y jurídico de “solidaridad”

La palabra solidaridad tiene su raíz en la familia de las palabras solidus que significa “sólido, compacto, entero”. No se encuentra ni en el latín clásico ni el en latín medieval[1], por ello es todavía un término joven, “apareció a finales del siglo XVII y su uso se generalizó en el siglo XIX”[2].

El término no sólo expresaba la idea de una construcción hecha de manera sólida o compacta. En el ámbito jurídico del derecho romano, la expresión in solidum, aludiendo al hecho de que todos los hombres forman una realidad compacta, en bloque, “tenía el sentido de una obligación moral in solidum de varios sujetos en relación con un objeto único e idéntico que los comprometía en una responsabilidad colectiva”[3]. Hacía referencia a las obligaciones contraídas por varias personas respecto a una prestación que no es susceptible de división y de la que tiene que responder cada uno de manera total[4], es decir, la obligación que tiene cada deudor, en una deuda común, de pagar la deuda total, si los otros no lo hacen. De aquí se tomará este significado, cuando posteriormente se quiera expresar aquel sentimiento que interpela a los hombres a brindarse ayuda mutua o la exigencia de compartir un destino común entre personas implicadas.

En el latín no encontramos alguna palabra que suene a solidaritas, “en el sentido que le damos en los idiomas modernos. Fueron otras expresiones las que transmitieron los significados que hoy día le damos a solidaridad, como por ejemplo: coniunctio, communio[5]; por ello, la Iglesia en sus textos emplea las fórmulas como solida coniunctio o neceéistudinis coniunctio (conjunción sólida, conjunción necesaria vinculante)[6].

Aunque la palabra tenga su raíz en el término solidus, su procedencia no es directa de la lengua latina; a esta familia de la palabra solidus pertenecen sólido (consolidar), soliditas (solidez), solidatio (consolidación). De esta manera, si se quisiera formar un neologismo latino -opina Vincent Carraud- de solidarius, éste debería ser evidentemente solidarietas y no solidaritas conforme a las leyes de la fonética[7].

Conviene remontarnos al contexto cultural del origen del término, en particular de la lengua francesa, ya que según la investigación de Remi Parent “la aparición tardía de la palabra en el lenguaje cristiano y eclesial, hace tanto más urgente la necesidad de comprenderla a partir del contexto de su aparición en nuestros propios vocabularios”[8].

El francés es el idioma moderno que parece utilizar la palabra solidaridad por primera vez[9], en el siglo XVII como adjetivo solidaire (solidario); más tarde los términos solidairement (solidariamente) y solidarité (solidaridad), representando los significados de construcción sólida y el hecho de una cohesión o compromiso de personas realizado solidariamente. Por lo tanto, estos términos conservaron el significado latino en las áreas de la construcción y de la jurisprudencia[10].

En el siglo XIX el concepto jurídico comienza a tomar diversos significados, un trasvase analógico al campo social y de ahí a otros campos del pensamiento y la actividad social[11].

En este proceso significativo, por ejemplo, desde un punto de vista jurídico-moral, el principio de solidaridad como obligatio in solidum expresa el contenido de una responsabilidad común, es decir, cada miembro es responsable como miembro de la comunidad y está obligado a interesarse por los demás, a su vez la comunidad también es responsable de sus miembros[12].

Desde el punto de vista moral, opina Adela Cortina, “la solidaridad incluye no sólo una vinculación objetivamente comprobable, sino también una conciencia de responsabilidad universal (vinculación moral). Y ello porque ofrece un fundamento en virtud del cual los hombres deben de ser responsables de sí mismos y de los demás, supliendo las deficiencias que afecten a la totalidad humana. Tal fundamento no es sino el valor absoluto que todo hombre posee por el hecho de ser hombre […] el fundamento de la solidaridad radica en que todos los hombres poseen un rasgo común: ser iguales en valor y en dignidad”[13].

Por lo tanto, el término fue adquiriendo poco a poco nuevos significados. De una perspectiva jurídica pasa a otros enfoques: social, filosófico, antropológico y teológico[14], como lo expresa Marciano Vidal: “la palabra solidaridad se irá cargando de otros sentidos a lo largo de estos dos siglos de su historia: de los ámbitos significativos de la construcción y del derecho pasará a expresar realidades sociológicas (formas de ser y de actuar de los individuos dentro de los grupos), para llegar a referirse a uno de los valores y una de las actitudes más nobles de la convivencia humana”[15].

2.2 Las modalidades “mecánica” y “orgánica” de la solidaridad

El uso moderno de la palabra solidaridad se debe a los padres de la sociología, Augusto Comte (1798-1857)[16] y Emile Durkheim (1858-1917) quienes comienzan a utilizarla con una perspectiva sociológica. Entre estos pioneros de la sociología destaca la aportación de Emile Durkheim.

En efecto, la concepción sociológica de la solidaridad la tenemos plasmada en su obra Division du travail social (1893). Sin embargo, reconoce que el sentido de la misma se debe precisar debido a que no todos los tipos de solidaridad son resultado de la división del trabajo. Durkheim distingue dos tipos de solidaridad: mecánica (ou par similitudes) y orgánica (ou due à la division du travail)[17]. La solidaridad “mecánica” la atribuye a las sociedades primitivas, caracterizadas por un conjunto más o menos organizado de creencias y de sentimientos comunes entre todos los miembros de un grupo. Ésta es efectiva gracias a las semejanzas que existen entre ellos[18].

Todo esto ocurre de tal forma que el individuo no se puede realizar a sí mismo y su conciencia es prácticamente un reflejo de la sociedad. El mismo Durkheim afirma que en esta situación el individuo no tiene ninguna contribución propia, equiparándose a las moléculas de las sustancias inorgánicas, quedando de hecho, supeditado a los intereses del grupo[19].

En este tipo de sociedades, la conciencia individual se convierte en una simple dependencia, el individuo no se pertenece y “prácticamente es una cosa de la cual dispone la sociedad […] por lo tanto, los derechos personales no se distinguen de los reales”[20].

Según Marciano Vidal, esta modalidad de la solidaridad “origina una fuerte cohesión interna y un cierre hermético del grupo. Está a la base de toda concepción exageradamente “corporativista” de la vida social, lo que propicia el principio político de carácter organicista y totalitario que está en el fondo de todos los fascismos”[21].

Sin embargo, para el mismo Durkheim esta solidaridad es transitoria, pues al establecerse relaciones sociales superiores y complejas, surge la solidaridad orgánica, prevaleciendo ésta.

La solidaridad “orgánica” es fruto de las desemejanzas y de la división del trabajo en las sociedades industriales, el cual hace que los individuos se muestren incompletos y necesitados unos de otros. Con el fin de contribuir a las demandas de todos, la persona se siente llamada a especializarse y también a asociarse con los demás para poder responder a sus propias necesidades en lugar de considerarse en todo autosuficiente.

Lo interesante de esta modalidad es que las personas se conservan autónomas, aunque no autosuficientes. Por este hecho, conservan su propia personalidad, puesto que la diversidad entre los miembros del grupo es imprescindible. Mientras que en la solidaridad mecánica la personalidad es absorbida por la personalidad colectiva -como la llama Durkheim- en la solidaridad orgánica esto no ocurre, pues su contribución es propia, y por lo tanto, personal, “en otras palabras, ésta requiere que la conciencia colectiva regule lo menos posible la vida social. Tanto menos campo regula, cuanto más la solidaridad generada por la división del trabajo resulta más fuerte”[22]. Desde esta perspectiva, los individuos sienten que contribuyen a la cohesión mediante la especialización funcional y la dependencia funcional también de la misma persona en relación con la sociedad.

La armonía de la sociedad entera dependerá de la capacidad que tenga cada miembro de la misma para ejercitar su iniciativa personal; la solidaridad social estará proporcionalmente determinada por el funcionamiento de toda la sociedad; en definitiva, “basta que cada individuo se dedique a una función específica para que llegue a ser, por fuerza, solidario de los otros”[23].

Esta solidaridad es la que existe en los cuerpos vivos y constituye su unidad; esta lucha por la vida es tanto menos dura cuanto más divergentes son los fines perseguidos por cada cual, por esto es análoga a la solidaridad biológica que se realiza en los animales superiores,  en donde la unidad del organismo es más grande en cuanto lo es más acentuada la individuación fisionómica y funcional de las partes[24].

Sin ampliar más este punto, lo importante es resaltar que tanto en la solidaridad mecánica y orgánica los individuos son y se sienten solidarios. En la mecánica es en virtud del acuerdo y la armonía cultural, y en la orgánica la solidaridad es fruto de un oportunismo socio-económico regulado por el derecho positivo y el ethos colectivo.

Aunque Durkheim no establece los fundamentos de esta solidaridad, expresa realidades de un comportamiento social, que es un fenómeno concreto susceptible de estudio y que a su vez posee un contenido moral, porque las necesidades de orden, armonía y de solidaridad social, son generalmente consideradas como necesidades morales, “pues se puede decir que es moral todo lo que es fuente de solidaridad, todo lo que exige al hombre tomar en cuenta a los demás, regular sus movimientos sobre cualquier cosa que es diferente a sus impulsos egoístas; y la moralidad es más sólida cuanto más numerosos y fuertes son estos vínculos”[25]. Según esta concepción de Durkheim, a la base de la solidaridad estaría el altruismo y no como algo ornamental de la vida en sociedad.

Aunque esta visión funcional y orgánica de la solidaridad presenta sus límites[26], sus intuiciones han servido para subrayar la necesidad y la capacidad de los individuos para interactuar solidariamente, o realizar el ideal de su maestro Augusto Comte, cuando hablaba del “vivir por los demás” (vivre pour autrui), como una inspiración de la existencia humana.

2.3 Diversas formas de solidaridad sociológica

En la organización social se han sucedido diversas formas de solidarizarse por parte de los individuos y los grupos. Este fenómeno ha sido una constante en la evolución social, de tal forma que constituye toda una gama muy rica de solidaridades.

Jean Duvignaud se dio a la tarea de describirlas y analizarlas en su contexto histórico[27], y cómo estas formas han dejado influencia en el derecho social[28].

Distingue tres tipos de solidaridad: las solidaridades tradicionales, las nuevas y las errantes.

Las formas tradicionales de solidaridad, llamadas “involuntarias y necesarias” en el siglo XVIII son las que unen a los hombres entre sí, de una manera diferente y que no pueden faltar. Entre éstas, el autor desarrolla tres: el vínculo de sangre, las solidaridades urbanas y los agrupamientos de trabajo o de técnica[29].

Los vínculos de sangre son los que se verifican en la familia (biológica y cultural), de la cual reconoce que “la parte más importante de la ética europea se deriva de la imagen que las solidaridades de sangre han impuesto a la conciencia de los hombres”[30]. Solidaridades diferentes se sobreponen a los vínculos de sangre, llegando a constituirse familias campesinas que se unen para defender sus derechos[31].

La solidaridad urbana está relacionada con los que pertenecen a una ciudad en específico, originándose una cohesión entre sus miembros “que implica que los habitantes no vivan sencillamente uno junto al otro o unos sobre otros, sino que se establezcan entre ellos relaciones que no son de mera vecindad ni de dependencia, sino de cooperación en una tarea común […] se vive en conjunto. Uno se codea, se roza, nadie se excluye y el oficio de cada quien se integra en el oficio de todos, para la economía o para la guerra. El hombre no es ya simplemente un hombre, sino que es un ciudadano, y la sociabilidad urbana, por microscópica que sea, parece que ha sido la primera de las formas de solidaridad, en el sentido que ahora le damos a esta palabra”[32].

Por su parte, las solidaridades del saber, de la magia y de la técnica, se realizan en los ambientes escolares, las universidades, los gremios, los talleres, las fraternidades, en los lugares donde se cultivan y defienden intereses, formas de vida y se establecen vínculos de convivencia[33].

Estas formas de solidaridad se componen, se destruyen y se vuelven a formar con el paso de las civilizaciones, como si la especie humana no hubiera conocido otras maneras de agruparse[34].

Jean Duvignaud desarrollará las otras formas de solidaridad[35], pero no es el caso presentarlas, sino deducir, a partir de ellas, cómo “los vínculos de sangre, de los lugares o de la convivencia, que agrupan a los hombres, son poco numerosos sin duda, pero incansablemente renovados en todas las civilizaciones”[36].

Son proyectos que van creando una sociedad más democrática y plural, capaz de organizarse frente al estado y desde ahí exigir lo que por derecho le corresponde. “Nada de eleccionismo o de programas, sino el simple reconocimiento de esa pluralidad de solidaridades que se enfrentan, discrepan o se asocian […] ampliar los derechos del hombre individual con el derecho social, permitir la participación real de los grupos, constituirse y manejarse por sí mismos, así como proporcionar en la integración de esos microcosmos dentro de los conjuntos más grandes, la capacidad económica y política de compartir el bien colectivo en los términos de una igualdad que prevalezca sobre la autoridad”[37].

Todo esto es un reflejo del dinamismo de la sociabilidad humana y de las formas alternativas de solidaridad que se derivan de ella. Una sociedad donde todo interés común crea relación de solidaridad; así, hay tantas formas de solidaridad como posibilidades de cooperación y esfuerzo mutuo.

Estas formas de solidaridad sociológica expuestas brevemente en este apartado no son otra cosa, sino la conciencia de un origen, una existencia y un destino común. Una solidaridad que comienza a romper ciertas formas aisladas de organización social que permite la cohesión de grupos y que acepta, “implícita o explícitamente, que el desarrollo individual está condicionado por la colaboración con los demás y que, a su vez, el individuo, al disponer libremente de sí mismo, de sus cualidades y recursos, de los bienes, lo debe hacer cooperando para que los demás vivan y desarrollen su ser de personas creando comunidad […] en el reconocimiento para todos de los derechos sociales”[38].

Estas formas de solidaridad sociológica poseen un espíritu de pertenencia, de cercanía y de grupo muy especiales, cualidades que pueden ser asumidas en un concepto de solidaridad “abierta”[39]; sin embargo, comparto la opinión de Marciano Vidal, de que estas formas de solidaridad sociológica, “pueden ser encuadradas dentro de un concepto de solidaridad cerrada”[40], caracterizada por el grado de cohesión interna del grupo y la forma de relación de los individuos dentro del mismo; todo hace referencia a un dinamismo hacia adentro. Por un lado se sobrevalora esta fuerza de atracción y por el otro, ésta es funcional y relativa pues su duración depende del grado de interés y conveniencia que mantenga.

Estas formas de organización social pueden conducir a los “ismos”, es decir, a los cuadros sociales de organización compactos, elitistas y excluyentes. Son grupos que a partir de su ligazón y cooperación interna, buscan generar una solidaridad hacia fuera, pero con un grado de amplitud y profundidad mucho menor del que tiene hacia dentro. Esta solidaridad de cooperación lleva normalmente al fenómeno del corporativismo, el cual tiene la doble cara de ser muy solidario hacia dentro del grupo y poco solidario, por no decir insolidario, hacia el resto de la sociedad[41].

La solidaridad que practican las ONGs de derechos humanos en México, analizadas en los dos primeros capítulos, posee ese espíritu de pertenencia, de cercanía y de grupo hacia dentro, pero esto redunda en una acción libre, responsable y comprometida hacia fuera, es decir, una solidaridad abierta en favor de los derechos de todo el hombre y de todos los hombres[42].

  1. EL USO DEL TÉRMINO “SOLIDARIDAD” EN EL MAGISTERIO ECLESIÁSTICO

El significado que se le ha dado a la solidaridad en las ciencias sociales, es importante tenerlo en cuenta, para una mejor comprensión de la misma en la reflexión ética y teológica.

3.1 La historia  reciente de un término y un tema en el magisterio eclesiástico

En opinión de Luis González-Carbajal, “la palabra solidaridad nació fuera del cristianismo e incluso contra él. Unas veces para cambiar  la palabra caridad, que muchos identificaban con la limosna -así, por ejemplo, Pierre Leroux, en su libro De l’humanité (1840), y otras veces para sustituir la palabra fraternidad en el triple lema de la Revolución Francesa, dado que dicha palabra implicaba la conciencia de un Padre común”[43].

La intención de Pierre Leroux (1797-1871), al realizar este cambio y utilizar por primera vez el término solidaridad[44], fue la de preparar una edad que reemplazara el cristianismo, ya que según él, “el cristianismo es la más grande de las religiones del pasado; pero hay algo todavía más grande que el cristianismo: la humanidad”[45]. Con esta sustitución de la caridad cristiana por la solidaridad humana, quería poner en evidencia la incapacidad teórica y práctica de la caridad para la construcción de la sociedad.

En el mismo ambiente francés la categoría de la solidaridad se hace presente “cuando los radicales y socialistas franceses andaban bus-cando con qué sustituir la palabra caridad, que tenía carácter religioso, y la voz fraternidad, que les parecía de un sentimentalismo anticuado, sustitución para la cual les pareció adecuada la voz solidaridad, de poca apariencia ideológica y mucha cientifico-positiva”[46].

Después del solidarismo de Léon Burgeois (1825-1925), surge a finales del siglo XIX y principios del siglo XX, la propuesta del solidarismo católico, que ya expuse anteriormente, con el objetivo de revalorizar el ideal cristiano de justicia y caridad[47].

Sin entrar en la polémica sobre la primera aparición del término solidaridad en las versiones oficiales latinas del magisterio pontificio[48], llama la atención cómo en las traducciones de la encíclica Summi Pontificatus (20 de octubre de 1939) del Papa Pío XII, en el Acta Apostolicae Sedis, se utiliza el término solidaridad en las versiones italiana, francesa, española, inglesa y alemana del texto latino[49]. Sin embargo, considerando las versiones oficiales al latín de los textos del magisterio eclesiástico, Marciano Vidal afirma que “hasta el Concilio Vaticano II, el latín eclesiástico utiliza el término coniunctio (y, menos, consortio). Después del Concilio Vaticano II, los documentos prefieren servirse del término solidarietas[50]. No es de extrañarnos esta aparición tardía de la palabra solidaridad en el magisterio social, si consideramos su origen laico e incluso anticlerical ya mencionado[51].

Desde este punto de vista, Remi Parent concluye que estamos hablando de una “aparición tardía de la palabra solidaridad en el lenguaje cristiano y eclesiástico”[52].

Más allá de la terminología, conviene poner en evidencia las intuiciones y los diversos significados que la solidaridad ha tenido en el magisterio pontificio a partir de Pío XII.

El Papa Juan Pablo II expresa cómo el contenido de la misma se halla presente en la doctrina social de sus predecesores, cuando formulan principios claves en la concepción cristiana de la organización social y política. Esta afirmación la encontramos en la encíclica Centesimus Annus: “el principio que hoy llamamos de solidaridad, y cuya validez, ya sea en el orden interno de cada nación, ya sea en el orden internacional, he recordado en la Sollicitudo rei socialis, se demuestra como uno de los principios básicos de la concepción cristiana de la organización social y política. León XIII lo enuncia varias veces con el nombre de “amistad”, que encontramos ya en la filosofía griega; por Pío XI es designado con la expresión no menos significativa de “caridad social”, mientras que Paulo VI, ampliando el concepto de conformidad con las actuales y múltiples dimensiones de la cuestión social, habla de “civilización del amor”  (n. 10)[53].

Teniendo en cuenta este contexto y la amplitud significativa que le da al término la cita de la Centesimus Annus (CA), considero oportuno presentar brevemente algunos aspectos de la enseñanza del magisterio eclesiástico anterior al de Juan Pablo II, en donde se aprecia esta continuidad de contenido de los diversos términos, afirmada en la CA, 10.

En la Rerum Novarum (RN), de León XIII (1891), tratando sobre las relaciones laborales se hace un apelo a la conciencia en favor de la justicia y al uso común de los bienes como expresión de una “conjunctio”[54], es decir, de una cohesión y armonía libremente aceptadas, por medio del amor fraterno y la amistad (RN, nn. 18; 21), y el asociarse de los obreros para brindarse apoyo recíproco (RN, 37).

La Quadragesimo Anno (QA),  de Pío XI (1931) propone la justicia y la caridad social como principios rectores de la sociedad y de la libre asociación de los individuos, todo por el bien común (QA, 88).

Juan XXIII al igual que sus predecesores no utiliza en sus encíclicas el término solidaridad. Sin embargo, en Mater et Magistra (MM) de 1961 retoma la enseñanza mencionada en RN y QA y que expresa como “fraternidad cristiana” (MM, 155), y como caridad (MM, 159), en continuidad con el magisterio anterior, en la perspectiva de un orden social tendiente a superar el problema del individualismo y del colectivismo. En este sentido, la solidaridad es reconocida como un “hecho” humano (MM, 158), y propuesta como forma de ayuda recíproca (MM, 155),  signo de corresponsabilidad (MM, 158), y como un deber de asistencia a los pueblos pobres y oprimidos (MM, 159; 160).

La aportación de la Pacem in Terris (PT) en 1963, respecto al significado de la solidaridad, es muy importante; se le relaciona con el bien común no tan sólo nacional, sino internacional. (PT, 98-102). Esto lo plantea en el tema de las relaciones entre los países ricos y aquellos que se hayan todavía en fases inferiores de desarrollo, sujetos ambos de derechos y deberes. Esta contribución solidaria incluye tanto el nivel físico como el espiritual, por lo tanto, comprende una visión integral del bien de la persona en la compleja interdependencia mundial.

3.2 La perspectiva solidaria en Gaudium et Spes y en Pablo VI

En opinión de Rèmi Parent, “a partir de Gaudium et spes “solidaridad” se convierte en un término utilizado frecuentemente como complemento o sinónimo de los términos tradicionales de conjunctio, comunión o fraternidad, caridad”[55].

Las traducciones al francés de la Gaudium et Spes (GS) y de Populorum Progressio (PP) introducen ampliamente el término “solidaridad”, uso que se explica en gran parte por la importancia que Pablo VI le daba a la noción de desarrollo. Sin embargo, reitero que más allá del uso terminológico nos interesa señalar la continuidad en el contenido que afirma CA, 10 y cómo ésta se conservará en la propuesta solidaria de la IV Conferencia del Episcopado Latinoamericano.

Una de las aportaciones más valiosas del Concilio contenidas en la GS es el espíritu de una solidaridad universal. Las características que se descubren cuando el texto habla de solidaridad son, en primer lugar, la conciencia de interdependencia entre los individuos y la ineludible responsabilidad entre ellos (GS, 4d)[56], por tal motivo, el Concilio reconoce que “entre los signos de nuestro tiempo es digno de mención especial el creciente e inexcusable sentido de solidaridad entre los pueblos”[57].

El aspecto ético de la solidaridad lo plantea cuando menciona que ésta se convierte en una exigencia y además expresa la conveniencia de formar en esta conciencia solidaria (GS, 46, 57, 75, 90)[58]. Esta surge del reconocimiento de la dignidad e igualdad de las personas y de la disposición moral por colaborar por el bien social de todos, a fin de superar las desigualdades y toda serie de discriminación y violación a los derechos fundamentales (GS, 29; 30), deber de conciencia responsable y participativa de las personas consigo mismas, con los grupos a los que pertenecen (GS, 31a), y buscando con ello el desarrollo de todos y cada uno de los hombres (GS, 65).

La solidaridad humana expresada en la GS cobra un sentido teológico al fundamentarla en la acción realizadora de Dios que “creó al hombre no para la vida individual sino para formar una unidad social” (32a), que es perfeccionada y realizada plenamente por el Verbo encarnado, instituyendo una nueva comunión fraterna en su Cuerpo que es la Iglesia, cuyos miembros se ayudan mutuamente y “esta solidaridad deberá aumentarse siempre hasta aquel día en que llegue la consumación” (32e).

Desde el punto de vista pastoral y social, para los discípulos de Cristo “no hay nada verdaderamente humano que no tenga resonancia en su corazón. Pues la comunidad que ellos forman […] se siente verdadera e íntimamente solidaria del género humano y de su historia” (GS, 1)[59].

Esta actitud surge también desde una nueva conciencia de Iglesia que busca cómo “ser” en el mundo y no “fuera” de él.

Por lo tanto, la GS hace un llamado a cristianos y no cristianos a consolidar una vida social y política, con una visión más orgánica y unitaria, superando individualismos y colectivismos derivados de intereses mal entendidos que provocan situaciones con pocos espacios de justicia y libertad.

Teniendo como contexto la polarización y los desequilibrios económicos de las naciones desarrolladas y subdesarrolladas, en un mundo separado en dos bloques hegemónicos y poderosos, originando divisiones y diferencias hirientes entre ricos y pobres, situaciones de hambre, miseria e injusticia, el Papa Pablo VI en 1967 hace un llamado solidario en su encíclica Populorum Progressio (PP), frente a estas graves situaciones sociales que hacían peligrar la estabilidad y la paz.

La PP que presenta las implicaciones éticas de la solidaridad es considerada como la encíclica del desarrollo dialécticamente integral del hombre y solidario de la humanidad (PP, 43). La solidaridad propuesta en GS nuevamente es formulada en PP. La considera en primer lugar como un hecho, un beneficio y un deber (PP, 17), condición imprescindible para contribuir al desarrollo integral del hombre y la sociedad (PP, 44).

Su proyecto social internacional lo basa en la solidaridad (PP, 48-52; 56-66; 84), en donde la solidaridad y la exigencia ética del desarrollo van unidas, contribuyendo al reclamo de una vigencia de los derechos humanos (PP, 65; 33)[60].

El desarrollo al cual se debe contribuir solidariamente no es visto como un simple crecimiento económico (PP, 14), sino como un desarrollo en el que la economía está al servicio del hombre en todas sus dimensiones y simultáneamente a todos los hombres, es decir, un “desarrollo pleno” (PP, 42), comprendido como un humanismo integral que busca el paso para cada uno y para todos, de condiciones de vida menos humanas a condiciones más humanas (PP, 20).

Estos textos vienen a consolidar la llamada que la GS hace de la solidaridad como un deber personal y comunitario en favor de la promoción humana, a un desarrollo que es irreversible, que pide superar las mentalidades y estructuras basadas en localismos egoístas y respetar todos los derechos fundamentales de los individuos y de la sociedad.

Estos textos nos remiten necesariamente a la encíclica Sollicitudo Rei Socialis (SRS) del 30 de Diciembre de 1987, en la que Juan Pablo II desarrolla ampliamente el tema de la solidaridad[61].

Se reconoce en la SRS, desde su inicio, la situación de miseria y subdesarrollo que han tenido eco en la preocupación de la Iglesia (SRS, 6c), manifestada por la conciencia del deber que tiene como experta en humanidad (SRS, 7b) y preocupada por el desarrollo. Este, si es auténtico, no puede olvidar su objetivo, por y para la persona considerada en su dimensión cultural, trascendente y religiosa (SRS, 46d)[62], pero también reconoce que “no sería verdaderamente digno del hombre un tipo de desarrollo que no respetara ni promoviera los derechos humanos, personales y sociales, económicos y políticos, incluidos los derechos de las naciones y de los pueblos” (n. 33a).

La solidaridad la considera como una expresión de una “creciente conciencia” (SRS, 39a) de la “interdependencia entre los hombres y entre las naciones”, conciencia que se demuestra como una reacción en donde unos sienten como propias las injusticias y violaciones de los derechos humanos de otros (SRS, 38e; 26b.c).

Es una interdependencia cuya correspondiente es la solidaridad vista como actitud moral social y como virtud, ya que “no es un sentimiento superficial por los males de tantas personas, cercanas o lejanas. Al contrario, es la determinación firme y perseverante de empeñarse por el bien común, es decir, por el bien de todos y cada uno, para que todos seamos verdaderamente responsables de todos” (SRS, 38f), a fin de superar todos esos factores negativos que se oponen a una verdadera conciencia del bien común universal y de la exigencia de favorecerlo, es decir, de las estructuras de pecado (SRS, 36).

La SRS presenta también una visión teológica de la solidaridad al considerarla como virtud cristiana, pues a la luz de la fe, el prójimo no es solamente un ser humano con sus derechos y su igualdad fundamental con todos, “sino que se convierte en la imagen viva de Dios Padre”  (SRS, 40b) que nos hermana a todos.

La SRS cuando opta por la solidaridad, como una mediación ético-social y ético-cristiana, no olvida a la caridad (SRS, 40) y lo hace en continuidad con el magisterio anterior, mediante la opción preferencial por los pobres “muchedumbres de hambrientos, mendigos, sin techo, sin cuidados médicos y, sobre todo, sin esperanza de un futuro mejor (… ). En este empeño por los pobres no ha de olvidarse aquella forma especial de pobreza que es la privación de los derechos fundamentales de la persona, en concreto el derecho a la libertad religiosa y el derecho, también, a la iniciativa económica” (SRS, 42c.e).

La propuesta solidaria de la SRS se encuadra en el hecho de que “los pueblos y los individuos aspiran a su liberación: la búsqueda del pleno desarrollo es signo de su deseo de superar los múltiples obstáculos que les impiden gozar de una vida más humana” (SRS, 46a). Reconoce que el hombre podrá ser totalmente libre “sólo cuando es él mismo, en la plenitud de sus derechos y deberes; y lo mismo cabe decir de toda la sociedad” (SRS, 46d); sin embargo, el principal obstáculo que la verdadera liberación debe vencer “es el pecado y las estructuras que llevan al mismo en la medida en que se multiplican y se extienden” (SRS, 46e) y se oponen con igual radicalidad a la paz y al desarrollo. Si antes Paulo VI había proclamado que el desarrollo es el nuevo nombre de la paz (PP, 87), desde esta perspectiva, ahora Juan Pablo II afirma que la paz es fruto de la solidaridad (SRS, 39i).

Por lo tanto, la SRS ratifica que el proceso del desarrollo y de la liberación “se concreta en el ejercicio de la solidaridad, es decir, del amor y servicio al prójimo, particularmente a los más pobres” (SRS, 46f).

CONCLUSIÓN

El término y el tema de la solidaridad son un patrimonio de la cultura y la propuesta tanto de una ética civil, como de una teología moral social.

Frente al individualismo que el postmodernismo y el liberalismo nos están heredando, conviene que la propuesta de una actitud solidaria por las diferentes instancias de reflexión ético-teológicas sea precisa y convincente.

El fenómeno de la globalización hace que las acciones de los grupos sociales y las actitudes de las personas en ocasiones pasen de responsables a corresponsables y solidarias.

Siendo conscientes de que las estructuras sociales y de relación vigentes, nos hacen cada día más estrechos y los efectos de nuestras acciones repercuten en el tiempo y el espacio menos pensado en los demás, conviene ser creativos en las formas de expresar nuestra conciencia solidaria, puesto que no podemos negar que lo que beneficia o perjudica a uno, está casi simultáneamente beneficiando o perjudicando al otro. Como cristianos podemos y debemos ampliar los criterios y las formas del desarrollo humano integral, promoviéndolo de tal modo que “o todos nos salvamos o todos nos perdemos”, como solía afirmar Bernard Häring.

No perdamos la rica tradición que tenemos en la reflexión occidental, rescatémosla para que el individualismo de hoy en día no nos asfixie y nos fagocite el humanismo solidario que debe caracterizar a todo ser humano, no se diga a un cristiano. La filosofía personalista y la teología política, la son dos muestras ético-filosófica y ético-teológica, que junto con los movimientos sociales, constituyen una apelo y una dirección en nuestra sensibilidad social. Desde estos modelos de reflexión han surgido otros, inclusive en América Latina, que nos hacen volver la mirada y descubrir los rostros sufrientes de los pobres y necesitados; muestras claras de la presencia “desfigurada” de Dios, pues ellos son sus iconos vivientes.

Este artículo dividido en dos partes, no ha querido sino acercarse un poco a la riqueza textual y contextual de un término y un tema, no tanto en la reflexión filosófica y teológica de los últimos tiempos, sino dentro del mismo magisterio de la Iglesia; que no obstante sea reciente la aparición del término “solidaridad” en sus Documentos, en la práctica y en la historia de la Iglesia, muchos creyentes,  Institutos religiosos o Asociaciones, ya nos habían mostrado y demostrado, que la conciencia solidaria estaba  presente, como un testimonio y una forma de ministerio.

Espero que esta “canonización” del término, quede como registro el libro de la vida de los cristianos y que la actitud solidaria sea el camino del humanismo cristiano.

LA SOLIDARIDAD PARTE 2

Foto: Porciúncula: hoy se preparó la tradicional sopa que alimenta a miles de necesitados / https://elcomercio.pe/

[1]    Cf. V. Carraud, “Solidarité ou les traductions de l’idéologie”, en Communio  14 (1989), p. 109.

[2]    L. Gonzalez-Carbajal Santabarbara, “La solidaridad, valor humano y cristiano”, en  Razón y Fe  234 (1996), p. 287. Augusto Compte (1789-1857) fue quien le dio una utilización frecuente a la palabra. Cf. R. Parent, “Teología de la praxis de la solidaridad”, en  Moralia 14 (1992), p. 324.

[3]    C. Maccise, “Solidaridad”, p. 1813.

[4]    Cf. G. Piana, “Solidarietà”, en L. Pacomio – V. Macuso, (Eds.) Lexicon. Dizionario Teologico Enciclopedico, Casale Monteferrato 1993, p. 979.

[5]    M. Vidal, Para comprender, p. 11. Esta palabra solidarietas no existe en el latín clásico. No aparece, por ejemplo, opina Vidal, en A. Forcellini, Lexicon totius latinitatis, Padua 1940, “en el latín medieval tampoco aparece el término solidarietas, aunque sí están solidare, in solidum. Ver C. Du Fresne, Glossarium mediae et infimae latinitatis, París 1938, p. VII, en M. Vidal, Para  comprender, p. 12.

[6]    J. Velez Correa, “Solidaridad”, en  Medellín  14 (1988), p. 320.

[7]    Cf. V. Carraud, Solidarité ou les traductions de l’idéologie, p. 109.

[8]    R. Parent, “Teología de la praxis de la solidaridad”, en Moralia  14 (1992), p. 324; el texto original francés está en Studia Moralia  14 (1992), p. 103-131.

[9]    Cf. M. Vidal, Para comprender, p. 11. El diccionario de E. Littré, Dictionaire de la langue française, París 1874, aporta el término solidaire y solidarité aludiendo a la etimología de solidus, pero dándole el significado forense: obligaciones contraídas in solidum. Esta ‘innovación’ lingüística y conceptual del francés pasará a los restantes idiomas europeos. Cf. M. Vidal, Para comprender, p. 12.

[10]   Cf. R. Parent, Teología de la praxis de la solidaridad, p. 324. Aparte de estos dos significados, el término solidus se utilizaba también para designar a una moneda. En el diccionario de la Real Academia Española de la Lengua, hace referencia a una moneda de oro de los antiguos romanos, que equivalía a 25 denarios de oro. De esta nominación de la moneda como estable, solvente, fuerte, se deriva la expresión de sueldo.

[11] Cf. J. Hernandez Pico, “Valor humano, valor cristiano de la solidaridad”, en  Estudios Eclesiásticos  64 (1989), p. 198.

[12]   El fundamento que algunos suelen presentar a este principio tiene una doble perspectiva: ontológica y deontológica. Ontológicamente, afirman, todos los miembros como parte de un todo social están implicados en la suerte del todo, y de la misma manera, el todo está indisolublemente implicado en la suerte de sus miembros. Este estado de implicación común subsiste independientemente de que se vea o acepte. De esta vinculación ontológica se deriva una consecuencia práctica, es decir: del hecho de que el hombre “es” un ser social se deduciría que “debe” interesarse por y responsabilizarse de los otros miembros de la sociedad. Cf. A. Cortina – J. Conill, “Crisis de solidaridad”,  en Corintios XIII  18/19 (1981), p. 8. Desde esta perspectiva sostienen que del principio ontológico de la vinculación común se sigue el principio deontológico de la responsabilidad común. Cf. O. V. Nell-Breuning, “Solidarismo”, en  Sacramentum Mundi, (t. 6), Barcelona 1976, p. 459.

[13]   A. Cortina, Crisis de solidaridad, p. 7. Cf. Gaudium et Spes, n. 32, en donde se habla de la solidaridad humana

[14]   Una breve presentación de esta transformación significativa se puede consultar en M. Vidal, Para comprender, p. 13ss; C. Maccise, Solidaridad, 1813ss; G. Piana, “Solidaridad”, en Nuevo Diccionario de Teología Moral,  Madrid 1992, p. 1728ss; Voz “Solidarismo”, en Enciclopedia Universal Ilustrada Europeo-Americana, (t. LVII), Madrid 1927, p. 144ss; G. Piana, Solidarietà, p. 979ss; G. Magnani, Le nove vie della solidarietà, en  Aggiornamenti Sociali  39 (1988), p. 511ss.

[15]   M. Vidal, Para comprender, 13. Por su parte, el Diccionario de la Real Academia Española, Madrid 1984, define solidaridad como “modo de derecho u obligación ‘in solidum’. Adhesión circunstancial a la causa o a la empresa de otros”. Definición utilizada en A. De Felipe – L. Rodríguez De Rivas, Guía de la Solidaridad, Madrid 1995, p. 59.

[16]   Augusto Comte en su Cours de philosophie positive (1830-1842) hizo de la idea de solidaridad el fundamento de la sociología, la cual descansa precisamente en que los hombres se representan los unos a los otros hasta el punto de ser responsables los unos por los otros, afirmación que, si es inexacta en el orden puramente jurídico, no lo es en lo social. Cf. “Solidarismo”, en Enciclopedia Universal Ilustrada Europeo-Americana, (t. LVII), Madrid 1927, p. 145.

[17]   Cf. E. Durkheim, De la division du travail social, Paris 1960, p. 35-102.

[18]   Algunas características de esta solidaridad: 1) es proporcional al peso de la conciencia colectiva en la vida de cada individuo como miembro de la sociedad, 2) se verifica donde la conciencia colectiva tiende a confundirse con una conciencia personal y en la que casi desaparece toda individualidad y  3) esta solidaridad es tan fuerte, que tanto las ideas como las tendencias comunes de todos los miembros de la sociedad resultan más importantes que las de cada uno.

[19]   Cf. E. Durkheim, De la division du travail social, p. 100.

[20]   Ibid, p. 100.

[21]   M. Vidal, Para comprender, p. 14.

[22]   E. Durkheim, De la division du travail social, p. 101.

[23]   E. Durkheim, De la division du travail social, p. 177.

[24]   Cf. Ibid, p. 101. Esta solidaridad no puede ser considerada reductivamente como un hecho contractual. A pesar de que la cooperación que la caracteriza comporta una dimensión de contrato, ésta comienza a adquirir deberes y consecuencias cuyo valor supera los límites de un simple contrato. De tal forma que estas relaciones serían controladas no tan sólo por el derecho, sino también por la moral.

[25]   E. Durkheim, De la division du travail social, 394.

[26]   Uno de ellos es su carácter cerrado y de élite, pues mientras se crece al interior del grupo, en esa medida su apertura se puede, y de hecho se restringe al exterior del mismo. Además su carácter funcional le hace ser un tanto relativa, temporal y hasta egoísta o interesada.

[27]   Cf. J. Duvignaud, La solidarité. Liens de sang et liens de raison, París 1986; La traducción en español: La solidaridad. Vínculos de sangre y vínculos de afinidad,  México 1990.

[28]   En esta parte constata Jean Duvignaud cómo sucedió que después de los siglos XVII y XVIII se haya pasado de una sociabilidad al derecho social, de la cohesión de las formas colectivas que imponían obediencia casi absoluta, como aspectos pasivos de la solidaridad, a la configuración del derecho social, que equivale a la reivindicación jurídica de la autonomía de los grupos; un acontecimiento que sucedió unos años antes de que la Revolución Industrial Inglesa originara la creación aparentemente espontánea de las asociaciones obreras. Cf. J. Duvignaud, La solidarité, p. 87. Pues “a través de la reflexión de ciertos juristas y filósofos europeos de los siglos XVII y XVIII, surge la idea de independencia frente al Estado, que corresponde a la sociedad, a los cuerpos que la integran y a las solidaridades que la animan”, Cf. Ibid, p. 86. La traducción es personal.

[29] Cf. J. Duvignaud, La solidaridad. Vínculos de sangre y vínculos de afinidad, México 1990, p. 21-71. En adelante citaré la traducción en español.

[30]   J. Duvignaud, La solidaridad, p. 29.

[31]   Ibid, p. 33.

[32]   Ibid, p. 39s.

[33]   Ibid, p. 70.

[34]   Jean Duvignaud ha hecho a un lado las civilizaciones de los grandes imperios (Egipto, Sumeria), donde la jerarquía se impone en ellos sobre la solidaridad “y sus monumentos esenciales interesan menos a la asociación de los seres vivos entre sí, que las relaciones del hombre (…) Lo que llamamos “tiempos modernos” recibe ese nombre, sin duda, porque ellos han hecho surgir la economía de mercado y trastornaron esos elementos aparentemente eternos. Por ello aparecen formas de agrupamiento, cuya imagen nadie podía concebir entonces, que transforman mentalidades (…) una solidaridad  que debe todo a la conciencia común, aunque es vaga y todavía inconsciente, pero imperiosa y de un dinamismo capaz de proponer un vínculo inédito y alegar contra los poderes un reconocimiento legítimo”, J. Duvignaud, La solidaridad, p. 71.

[35]   Las llamadas “nuevas” formas de solidaridad que surgen en la época de la industrialización son: las solidaridades en el mundo del trabajo (obreros y empresarios), las ideológicas (relacionadas a los movimientos sociales) y las del destierro (por motivos políticos, laborales u otros). Y las solidaridades “errantes,” caracterizadas por su aspecto lúdico y de interés marginal en la sociedad, entre éstas destacan: las del juego, las festivas y las iniciáticas (relacionadas a un lugar, a una persona, un acontecimiento, etc.) Ibid.

[36]   Ibid, p. 187.

[37]   J. Duvignaud, La solidaridad, p. 188.

[38]   C. Maccise, “Solidaridad”, en  Nuevo Diccionario de Espiritualidad, (S. De Fiores-T. Goffi, Eds.), Madrid 1991, p. 1814.

[39]   Cf. M. Vidal, Para comprender, p. 17.

[40]   Ibid, p. 17.

[41]   M. Vidal, Para comprender, p. 18.

[42]   Solidaridad abierta que no se identifica ni con una “naturaleza” ni con una “ley sociológica,” sino que obedece a una opción y un compromiso libre en favor de la defensa y promoción de los derechos humanos.

[43]   Gonzalez-Carbajal Santabarbara, “La solidaridad, valor humano y cristiano”, en  Razón y Fe  234 (1996) 288. Sin embargo, en la actualidad “la solidaridad ha perdido ese humor polémico que tuvo sus orígenes y es un concepto en el que podemos encontrarnos creyentes y no creyentes”, Cf. Ibid, p. 289.

[44]   Efectivamente, “Leroux parece haber sido el primero en emplear el término solidaridad. “Yo lo he tomado, dice, en La Grève de Samarez, de los legistas, para introducirlo en la filosofía, o mejor dicho, en la Religión…”. Cf. Voz “socialismo”, en Enciclopedia Universal Ilustrada Europeo-Americana, (Tomo LVII), Madrid 1927, p. 143; Cf. V. Carraud, “Solidarité ou les traductions de l’idéologiqie”, en Communio 14 (1989), p. 109s. Charles Gide, en aquel entonces, opinaba que “no solamente la palabra solidaridad ha entrado definitivamente en la lengua francesa, sino que ha eliminado en efecto la palabra caridad a la que Leroux quería substituir. Su victoria ha sido completada, y a tal grado que actualmente en una reunión pública, no se puede más pronunciar la palabra ‘caridad’, sin exponerse a un movimiento de protesta por parte del auditorio”,  Cf. C. Gide, La solidarité, Paris 1932, p. 33. La traducción es personal.

[45]   Texto de Pierre Leroux, en R. Parent, “Teología de la praxis de solidaridad”, en Moralia  14 (1992), p. 325. Remi Parent remite a P. Leroux, “De l’humanité”, en Corpus des oeuvres de philosophie en langue française, Paris 1985, c. 1.

[46]   Enciclopedia Universal Ilustrada Europeo-Americana, (Tomo LVII), Madrid 1927, p. 144.

[47]   Cf. los apartados 3.1.1.2 y 3.1.1.3 de esta investigación.

[48]   Sobre este punto, Remi Parent sostiene que el término se encuentra ya en la Constitución Conciliar Gaudium et Spes, Cf. R. Parent, “Teología de la praxis”, 322; Vincent Carraud se remite incluso a la Populorum Progressio en la traducción oficial del Episcopado Francés, Cf. Id., “Solidarité ou les traductions de l’idélogie”, en  Communio  14 (1989), p. 116.

[49]   Cf. AAS  31 (1939), p. 454-594. Por tal motivo, Kevin P. Doran es de la opinión que ya desde entonces aparece un uso explícito del término solidaridad en el magisterio pontificio. Cf. ID., Solidarity. A synthesis of personalism and Communalism in the Thought of Karol Wojtyla/Pope John Paul II, New York 1996, p. 81. Pío XII expresa los dos fundamentos de la solidaridad: creación y redención (Summi Pontificatus, en AAS  31 (1939), p. 427-428; afirma la unidad del género humano: AAS 31 (1939), p. 428; y habla también de la conciencia de una universal solidaridad fraterna: AAS 31 (1939), p. 430. En su radiomensaje Benignitas et humanitas del  2 de diciembre de 1944, utiliza el término italiano “solidarietà”. En su mensaje Levate capita del 25 de diciembre de 1952, habla de la obligación solidaria en las relaciones humanas en favor de la promoción del bienestar integral de las personas: AAS 45 (1953) 39ss. Y en  L’inesauribile mistero del 25 de diciembre de 1956, la reconoce como un valor humano: AAS 49 (1957), p. 16.

[50]   M. Vidal, Para comprender, p. 13. Este autor reconoce, por otro lado, que unos textos del magisterio han tenido su redacción primera en idiomas modernos, por ejemplo el francés para la encíclica Populorum Progressio, el italiano en época de Juan XXIII, polaco en el caso de Juan Pablo II, etc. Por lo tanto acepta que en estas redacciones en idiomas modernos, el concepto de solidaridad se ha usado según el genio de la lengua correspondiente. Cf. ID., Para comprender, 13. Vidal presenta algunos textos significativos de las palabras latinas “Coniunctio y Consortio” en Pacem in Terris (nn. 80; 98), Populorum Progressio (nn. 48-52; 17; 44), Octogesima Adveniens (nro. 23), Gaudium et Spes (nn. 1; 3; 46;75), y “Solidarietas”, en Gaudium et Spes (nn. 4d; 32d; 57f; 90a), Apostolicam Actuositatem  (8; 14), Cf. M. Vidal., Para comprender, p. 13.

[51] Cf. Comentarios al respecto en R. Parent, “Teología de la praxis de la solidaridad”, en Moralia 14 (1992), p. 330ss, en donde habla de la solidaridad como sospecha y rechazo cristianos. Inclusive llegó a ser considerada como una figura pervertida de la caridad. Cf. La voz “Charité”, en  Dictionnaire de théologie catholique, (vol. II), col. 2258.

[52]   R. Parent, “Teología de la praxis de la solidaridad”, p. 324.

[53]   Para algunas matizaciones sobre esta interpretación de Juan Pablo II, se puede consultar R. Parent, “Teología de la praxis”, 322-324; K. P. Doran, Solidarity, p. 91-106. Marciano Vidal, al escribir sobre la solidaridad en el magisterio eclesiástico reciente, se remite también a diversos textos de dicha enseñanza social de la Iglesia, anteriores al magisterio de Juan Pablo II.

[54]   Al plantearse León XIII la preocupación por las exigencias sociales y colectivas de la caridad, Remi Parent se pregunta: “Por qué, entonces, no emplea el término solidaridad? Probablemente creyó encontrar en ‘conjunctio’ un equivalente teológico, que no sólo cubría el contenido de ‘solidaridad’, sino que, además tenía el mérito añadido de situar a ésta en un contexto ‘más profundo’ que le daba su verdadero sentido”. Cf. R. Parent, Teología de la praxis, p. 323. Un concepto clásico (conjunctio), que la Iglesia había usado en varias ocasiones -continúa Parent- remite a la caridad que unía a los primeros cristianos y tendía a realizar la comunión (koinônia), Ibid, p. 323.

[55]   R. Parent, “Teología de la praxis”, 322. Sin embargo considero que Remi Parent no es claro a qué se refiere cuando afirma que ni en el texto latino de la Gaudium et Spes aparece el sustantivo “solidarietas”, puesto que la versión latina de la GS aparece de una manera u otra en los números: 1, 3, 4d, 32d, 46b, 57f, 75e y 90a. Cf. K. P. Doran, Solidarity, p. 79.

[56]   Cf. Sobre el mismo tema en otros textos del Concilio Vaticano II: Nostra Aetatae, 1a; Dignitatis Humanae, 15d.

[57]   Apostolicam Actuositatem, 14c. Los textos están tomados de Concilio Ecuménico Vaticano II. Constituciones, Decretos, Declaraciones, Madrid 1993.

[58]   Después de reconocer este sentido solidario, el Concilio exhorta a los laicos en su apostolado a “promoverlo solícitamente y convertirlo en sincero y verdadero afecto de fraternidad” (Apostolicam Actuositatem, 14c).

[59] Testimonio que los cristianos deben expresar en la sociedad, creando vínculos de unidad y solidaridad (Ad Gentes, 21c).

[60]   Esta solidaridad no tan sólo es un sentimiento, sino un compromiso efectivo (Octogesima  Adveniens, 49), y en la cual deben ser educados los cristianos (OA, 23)

[61]   La Centesimus Annus (1 de mayo de 1991), por su parte, nos presenta la solidaridad como un principio de la organización social (n. 10).

[62]   Aquí aparece una concepción teológica del desarrollo, sin embargo, incluye también una visión socio-económica (cap. III) y ética-cristiana (cap. IV).

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