IMPORTANCIA DEL PENSAMIENTO DE SAN BUENAVENTURA EN AMÉRICA LATINA.

Fray Jorge Armijos, Ofm [1] INTRODUCCIÓN Planteado el objetivo de esta conferencia, me impuse dos tareas específicas: resumir, o al menos ...

Fray Jorge Armijos, Ofm[1]

INTRODUCCIÓN

Planteado el objetivo de esta conferencia, me impuse dos tareas específicas: resumir, o al menos intentarlo, el hecho histórico de la llegada de los primeros misioneros y maestros franciscanos a América Latina; y, en segundo lugar, descubrir el influjo del pensamiento filosófico y teológico de san Buenaventura en la obra evangelizadora y cultural de Latinoamérica.

  1. CONTEXTO HISTÓRICO DEL PENSAMIENTO BONAVENTURIANO EN LA EVANGELIZACIÓN DEL NUEVO MUNDO

1.1 Primeros tiempos

Hace más de cinco siglos, cuando los conquistadores desembarcaron en el llamado Nuevo Mundo, abrieron una de las páginas más apasionantes y no menos sangrientas de nuestra historia, debido a la lucha de dos diferentes civilizaciones.

El almirante genovés Cristóbal Colón, al servicio de la corona española, descubrió un continente, al que otro navegador italiano, Amerigo Vespucci, daría luego su nombre: América. Convencido de haber llegado a las Indias por el camino del oeste, Colón denominó indianos a los habitantes de aquellas tierras desconocidas. Fue el comienzo de una de las más extraordinarias y controvertidas aventuras de la humanidad: la conquista de un Nuevo Mundo.

La época colonial que va del 1492 al 1808, es el tiempo de la cristiandad de las Indias. Dicha cristiandad adapta a su manera la cristiandad bizantina, medieval latina y principalmente la hispánica de los Reyes católicos y sus descendientes. En cambio, en la época de la agonía de la cristiandad del 1808 al 1961, la antigua cristiandad ha sufrido una modificación fundamental, se piensa organizar la Nueva cristiandad, reimplantando el «modelo» medieval y colonial (1930-1961).

Este intento se vuelve imposible gracias a la nueva actitud que generaría el Concilio Vaticano II (1962). El nuevo espíritu procedente del Concilio viene al encuentro de una revolución popular que se gesta lentamente. La Iglesia se encuentra entonces en un momento crucial de su historia, y Medellín (1968) ha indicado sólo un primer paso. Detrás de lo superficial (golpes de Estado de origen militar, terrorismo de extremistas, etc.) hay un movimiento de fondo que es el que debemos descubrir, para que a la luz de la fe, en este estudio comprendamos que la historia de la Iglesia de América Latina ha sido y es y será forma y momento de la única Historia de la Salvación[2]. 

1.2 Características del cristianismo español

Hacia el siglo IX en España existía un cierto «mesianismo temporal», por el cual se unificaba el destino de la nación y de la Iglesia, considerando a la nación española como el instrumento elegido por Dios para salvar al mundo. Esta conciencia de ser nación elegida (tentación permanente de Israel) está en la base política-religiosa de Isabel, Carlos y Felipe.

Hacia finales del S. XV, cuando el trono de España se hallaba en anarquía, subía una pareja de soberanos, Fernando de Aragón e Isabel de Castilla. El rey Fernando se dedicó a resanar el Reino, culminando con la reconquista de Granada.

Por la organización del Imperio español, la Iglesia era el organismo responsable de la visión del mundo hispánico, puesto que eran los eclesiásticos los que poseían las universidades, los colegios, las imprentas, etc. La mayoría de la élite intelectual hispánica estaba constituida por sacerdotes, y ningún miembro de la élite intelectual que no fuera misionero, partía a América a cumplir una función cultural. Este hecho determinó que los nobles y guerreros (o los simples colonos) vinieran a América a defender los intereses de la Corona o del Patronato, y que la Iglesia se comprometiera de hecho en la tarea de la evangelización y aculturación de los pueblos descubiertos.

1.3 Acción misionera

La conquista española tenía un sentido esencialmente misional, en la intención de los reyes y en las leyes emanadas por la Corona o por el Consejo de Indias, pero, de hecho, ese sentido misional fue muchas veces negado por actuaciones concretas que contradecían lo propuesto en dichas leyes. América Latina quedará marcada por este «legalismo perfecto» en teoría, y la injusticia e inadecuación a la ley en los hechos.

En el primer período de la presencia misionera, hasta la mitad del S. XVII, nos encontramos en un estado de efervescencia y de misión creativa, a pesar de todas las contradicciones, según testimonian los herederos de Pedro de Gante, Motolinía[3], Las Casas o los grandes Concilios, Juntas Apostólicas (Sínodos), que podrían definirse como la «americanización del Concilio de Trento», con grandes figuras de obispos: desde Fr. Juan de Zumárraga, obispo de México, hasta Don Vasco de Quiroga, primer obispo de Michoacán, o Santo Toribio de Mogrovejo, obispo de Lima.

Los misioneros, enviados por el Papa a través de la Corona española, buscaron al indio y fueron hasta el interior del continente para llevarle el Evangelio. Lo defendieron denunciando los abusos de los conquistadores y encomenderos, aunque las denuncias estaban siempre abiertas a la colaboración y a la esperanza. Abogaron por una evangelización pacífica, y como era de esperar, sobre todo al comienzo, hubo bastante improvisación en la evangelización.

La reina Isabel, figura muy cuestionada incluso dentro de la Iglesia, cumplió un rol preponderante en la realización del proyecto del descubrimiento, y los pocos misioneros que ella misma eligió (23) fueron hombres espirituales y no tuvieron nada que ver con la fuerza militar.

Entre los compañeros de Colón en su primer viaje de 1492 no figuraba ningún sacerdote. El primer religioso franciscano (de confianza de los Reyes Católicos) que llegó a América fue fray Bernal Boyl, y por la Bula Piis fidelium (25 julio 1493) se le concedieron mayores poderes. Muy pronto su autoridad se enfrenta a la de Colón (que representaba la Corona) y regresa a España en 1494. Fray Boyl dejó dos hermanos legos que regresaron en 1499. La evangelización de la Isla Española (Santo Domingo) comienza en 1500 con el envío de la misión franciscana, que en 1502 se acrecienta con 17 nuevos religiosos. En 1505 los franciscanos crean la misión de las Indias Occidentales.

Cuando Colón informaba a los reyes Fernando e Isabel sobre las maravillas descubiertas en su primer viaje, los ojos del rey Fernando se arrasaron en lágrimas de alegría. Finalmente, en 1493, el Papa español Alejandro VI (Rodrigo Borja) juzgó que había llegado el momento de emprender una amplia acción misionera hacia los pueblos paganos, encontrando pronta respuesta de parte de los soldados que ya habían luchado para vencer a los Moros en el territorio ibérico.

Es por ello que el Papa Alejandro VI, mediante las bulas Inter coetera del 3 de mayo de 1493 y la Eximiae devotionis del 4 de mayo del mismo año, otorgaba a los Reyes Católicos las nuevas tierras y habitantes descubiertos, para hacerles participar, como miembros de la Iglesia, de los beneficios del Evangelio. Más tarde, la bula Universalis Ecclesiae de Julio II confirmaba los poderes anteriormente concedidos a los reyes, confiándoles el control de la evangelización misionera y la vida de la Iglesia en Latinoamérica. Los reyes Fernando e Isabel, como su sucesor Carlos V, no olvidarán de aprovechar semejantes privilegios, aunque se comprometían a compartir con los portugueses las tierras descubiertas, a través del Tratado de Tordesillas de 1494.

El 15 de noviembre de 1504, Julio II erigió las diócesis de Bayunense, Maguence y Ayguance. Fernando el Católico protestó porque decía que esta erección se oponía al Patronato. Así las diócesis nunca fueron efectivas y Julio II accedió a la pretensión del rey de España. Será en 1511 cuando se crearán las tres primeras sedes episcopales latinoamericanas. Santo Domingo (arzobispado en 1546), Concepción de la Vega (suprimida en 1528) y Puerto Rico. Fueron también erigidas Santa María de la Antigua del Darién (Panamá en 1513), después Cuba (1517) y Tierra Florida (1520).

El sacerdote dominicano Bartolomé de las Casas, toma conciencia de la injusticia que pesa sobre los indios, y en 1515 viaja a España decidido a defender su causa. Su empresa de defensa de los indios, aunque no rindió los frutos que deseaba, sin embargo, abrió el camino a toda la evangelización, al método pacífico y a las reducciones.

La tarea propiamente misionera fue la conversión de cada miembro de la cultura india a la Iglesia, o bien, la conversión masiva de dicha cultura mediante un diálogo centenario entre apologistas cristianos nacidos en la cultura india, quienes habrían criticado el núcleo ético-mítico de dichas culturas desde la perspectiva de la comprensión cristiana.

La habilidad de Fernando de Aragón fue ganando nuevos beneficios: la presentación de los obispos, fundación de diócesis, fijación de sus límites, envío de religiosos, la posesión de los diezmos de todas las Iglesias, etc.

Los organismos ejecutivos del Patronato regio fueron naciendo poco a poco hasta que se creó el Supremo Consejo de Indias, el mismo que desde 1524 poseía plena autoridad en todos los asuntos de la colonia: religiosos, económicos, administrativos, políticos y guerreros. Por lo tanto, el Consejo podía enviar misioneros religiosos sin el aviso de sus superiores, podía presentar y nombrar obispos, organizar y dividir diócesis, etc. Con este cúmulo de privilegios, prácticamente toda la administración eclesiástica de las Indias estaba controlada por los reyes, lo que significó que la Iglesia latinoamericana no podía comunicarse de ningún modo directamente con Roma o con otra Iglesia europea. Nada llegaba a Roma sin pasar por el Supremo Consejo de Indias, y los mismos documentos pontificios estaban sometidos a las limitaciones del placet del rey[4].

En las provincias del nuevo continente los representantes del Patronato eran los Virreyes, Gobernadores y Audiencias. El episcopado será, en un primer momento, organizado por estas instituciones, pero en un segundo momento se producirá el choque, cuando el episcopado comienza a tomar conciencia de la necesidad de su libertad para la evangelización. Santo Toribio de Mogrovejo, arzobispo de Lima, será la persona clave para comprender esta reacción.

Entre los grandes evangelizadores de América Latina, no podemos olvidar al ya mencionado santo Toribio de Mogrovejo (1538-1606), fue el más grande obispo misionero de Latinoamérica. Fue presentado por Felipe II como arzobispo de una de las más importantes sedes episcopales de las Indias: el arzobispado de la Ciudad de los Reyes (hoy Lima) entre 1580 y 1606. A él se le debe en gran parte la cristianización de América latina, por el éxito de su apostolado, el florecimiento de sus doctrinas de indios y la exuberancia de clero durante su fecundo apostolado. Convocó tres Concilios provinciales y diez Sínodos diocesanos. El de mayor importancia fue el III Concilio Limense de 1582, aplicación del Concilio de Trento en América del Sur. A este Concilio acudieron obispos de Santiago, de Cuzco, Asunción del Paraguay, Quito; Tucumán, Charcas (Argentina).

También su rectitud de intención y celo chocó contra los excesos del Patronato. El virrey García Hurtado de Mendoza se le enfrentó y afeó su independencia del poder civil ante el propio Felipe II.

Explicaremos brevemente el significado de algunos términos importantes para el ámbito evangelizador y misionero, usados en el tiempo de la colonia.

Encomienda: institución de la colonización española en América que comienza en 1503 y fue abolida en 1718. Mediante la encomienda el rey otorgaba un derecho al encomendero español, asignándole un territorio, el mismo que abarcaba un grupo de familias indígenas, las cuales tenían que trabajar y pagar un tributo a cambio de protección e instrucción religiosa por parte del encomendero. Para cuidar el bienestar espiritual de los indios, el encomendero se servía de los doctrineros (misioneros).

Doctrinas: se organizan en 1538 con Jerónimo de Loaysa, obispo de Cartagena, con el fin de evitar que los indígenas sean vendidos como esclavos o tratados como bestias. Eran concentraciones de indios en las cabeceras de las antiguas administraciones incaicas (Ayllu), las mismas que darán origen a las futuras parroquias y pueblos (o curatos).

Reducciones: se organizan en 1540 como consecuencia de la denuncia de los múltiples abusos que cometían los encomenderos contra los indios. Eran concentraciones de la población indígenas en pueblos de indios, para facilitar la evangelización, controlar su producción y permitir el control fiscal. Se concentraba en poblados a los nativos dispersos para favorecer el acceso a la cultura, a la religión y al bienestar. Esta organización se realizó con la colaboración de los misioneros y caciques.

Se evitaba el contacto con españoles, negros y castas, limitando a los mismos indios el acceso o contacto con ellos. Son famosas las tres reducciones jesuíticas del Paraguay, pero también existieron en México y otros países, dirigidas por otros religiosos. El órgano de gobierno lo constituyen los caciques, quienes conformaban un cabildo compuesto por autoridades elegidas entre los vecinos. Estas autoridades se llamaban jueces, alcaldes y regidores. La economía se basaba en la producción y abastecimiento de las ciudades mediante la explotación agraria y ganadera.

Mita: institución de origen y denominación incaica, mediante la cual el indio trabaja en obras de utilidad pública. En tiempo de los incas el trabajo tenía estabilidad y buena organización, pero con los españoles el trabajo era sólo temporal, y se permitieron los abusos más increíbles, sobre todo en las minas, donde murieron muchísimos indios, a tal punto que comenzó a faltar mano de obra, razón por la cual se dio inicio al tráfico de esclavos negros.

Nos parece importante proponer aquí algunas limitaciones que afectaron la misión evangelizadora en América Latina desde los comienzos.

1) El etnocentrismo de los misioneros europeos, en cuanto que los mismos hombres que defendieron la dignidad fundamental del indígena, no lograron captarlo adecuadamente como «persona-cultura». Esta visión etnocéntrica, despreciativa de la cultura indígena, está en el origen de los errores históricos, tales como: considerar al indio como inculto, casi salvaje, menor de edad, y sus derivados, el etnocidio, el paternalismo y tutoría e integracionismo cultural.

2) La escasa sensibilidad de los misioneros respecto del problema del negro esclavizado. Hay que reconocer a algunos misioneros, aunque se comprometieron en la causa de la libertad de los indios, sin embargo, no sólo omitieron, sino que hasta buscaron justificar la esclavitud del negro como necesidad de toda la empresa colonial. El P. Antonio Vieira llegó a decir: Sin Angola no hay Brasil; esto es: sin los esclavos negros, el Brasil colonial no es viable.

3) La ideologización de la «conquista», es decir, muchos misioneros no superaron la ideología de la conquista, considerándose ellos mismos conquistadores en el orden divino y calificando su actividad como conquista espiritual. Esto hizo que, por un lado, contribuyeran a la estratificación social, axiológica y jurídica en el continente, práctica claramente antievangélica; por otro, esta ideología creó bloqueos que hicieron imposible una comprensión más positiva de las religiones no cristianas existentes en el continente, dificultando la edificación de Iglesias autóctonas, y el surgimiento de prácticas pastorales más acordes con la situación[5].

Hace algunos años, la III Asamblea General del Episcopado Latinoamericano, reunida en Puebla (México) constataba la contradicción intrínseca de un continente llamado cristiano-católico, en coexistencia, y muchas veces en connivencia con un sistema económico, político y cultural opresor de la persona y generador de dominación, explotación y marginación: «En pueblos de arraigada fe cristiana se impusieron estructuras generadoras de injusticia» (Puebla, n. 437).  Y los números 28, 29 y muchos otros del mismo Documento, confirman la contradicción que existen entre ser cristiano y la creciente brecha entre ricos y pobres, contra el plan del Creador: una situación de pecado social, «cuya gravedad es tanto mayor cuanto que se da en países que se dicen católicos».

  1. IMPORTANCIA DEL PENSAMIENTO BONAVENTURIANO EN LATINOAMÉRICA

San Buenaventura, a quien la historia debía conocer con el nombre de «el Doctor seráfico», durante un decenio fue profesor de filosofía, teología y Sagrada Escritura con aplauso unánime en la Universidad de París, en la cual estudió esas disciplinas. A su genio penetrante unía un juicio muy equilibrado, que le permitía ir al fondo de las cuestiones; dejando de lado lo superfluo, discernía todo lo esencial y descubría los sofismas de las opiniones erróneas.

Él ofrecía todos sus estudios y numerosas obras a la gloria de Dios y a su propia santificación, y evitó que su trabajo académico degenere en disipación y vana curiosidad. Por consiguiente, no estaba lejos de las actuales exigencias docentes en las universidades, según lo expresan los pontífices, san Juan Pablo II y el actual papa Francisco en las constituciones apostólicas para las universidades católicas y facultades eclesiásticas. 

2.1 Los inicios de la evangelización en América Latina

Si bien, la primera evangelización se hizo bajo el signo de la conquista y de la sujeción; en cambio, la nueva evangelización, superando las ambigüedades del primer modelo, se realizó bajo el signo de la liberación querida por Dios.

Los primeros evangelizadores, profetas y maestros franciscanos, siguieron los principios de la escuela franciscana instaurada por san Buenaventura, caracterizándose por dos grandes opciones: 1) su opción prioritaria y absoluta por el Evangelio, más allá de cualquier otro interés; 2) su opción preferencial por los pobres. Son presupuestos básicos de orden pastoral para la Iglesia latinoamericana, en su esfuerzo por llevar el Evangelio a los distintos países del llamado Nuevo Mundo.

Al hablar de la importancia del pensamiento de san Buenaventura en Latinoamérica, queremos puntualizar, que la empresa evangelizadora y cultural que desarrollaron los primeros misioneros, se dio a través de un encuentro entre culturas totalmente distintas, lo que significó superar no pocas tensiones, contradicciones, enfrentamientos de parte del más fuerte contra el más débil.

Sin embargo, con la valerosa acción de los misioneros, conocedores del espíritu de fe y de amor y del talante intelectual de san Buenaventura, se realiza el gran acontecimiento cristiano en el mundo cultural indio y el nacimiento del pueblo mestizo.

Los primeros misioneros, evangelizadores y maestros, aprendieron en la escuela bonaventuriana, aquella tríada dinámica e interdependiente de la escucha, de la reflexión y de la transmisión, como bien puntualiza el filósofo español, Antonio Merino (1993, p. 31-32). Pues, el punto de partida, de desarrollo y expansión de la evangelización fue: escuchar a Dios y a sus hijos atribulados, reflexionar y transmitir el mensaje de Cristo. Y si bien, Buenaventura, en su tiempo, fue criticado por quienes consideraban que su pensamiento filosófico, teológico y místico, generaba confusión, sin embargo, su talante al mismo tiempo intelectual, misionero y místico[6], sirvió de base preponderante para realizar la gran tarea misionera de evangelización y de promoción de la cultura en América Latina.

Según R. Guardini, 1921 (citado en Merino, 1993, p. 32), Buenaventura, además de ser un maestro de la expresión, un lógico y arquitecto (p. 186)[7], es también, de acuerdo con Merino (1993), un estilista que transmite un pensamiento claro y apasionado[8]. Es un exégeta del espíritu y transmisor de la verdad, porque para el doctor seráfico, la especulación debe ser transmitida y traducida en acción y en vida; pues, el pensamiento debe expresarse en voluntad de acción y en fuerza operativa.

Esta maravillosa conjunción de ciencia, mística y tesón misionero práctico, hizo posible la evangelización del Nuevo Continente, e impulsó la cultura no sólo intelectual sino también artística y arquitectónica impresionante, como evidencia la belleza de Iglesias, conventos y hasta enteras ciudades coloniales, con sus ricas esculturas y pinturas únicas e irrepetibles en el mundo.

2.2 Aporte doctrinal y cultural de la Iglesia Católica en América Latina

En toda la invalorable obra evangelizadora y cultural, llevada a cabo en Latinoamérica, pesa y resplandece más lo positivo que lo negativo, y si bien, algunos misioneros fueron presa de la tentación de conquista, en cambio, muchos otros fueron celosos administradores de la palabra, y como Buenaventura, apasionados por el Evangelio y la causa de Cristo; por eso, no dudaron en ofrendar sus vidas, en la difícil tarea de instruir, formar y educar a los indígenas, comenzando por las cuestiones más elementales de higiene personal, nutrición saludable, medicina, hasta llegar a la catequesis y todo el infinito espiral de bellas artes plasmadas en las grandes obras de la escuela quiteña y cuzqueña[9].

El pensamiento filosófico y teológico bonaventuriano se puede apreciar la doctrina cristiana impartida tanto en la catequesis como en las aulas de estudios superiores, y en la rica preciosidad del arte, que con lenguaje silencioso sigue hablando aquel mensaje divino a propios y extraños.

Es muy comprensible el inmenso influjo del magisterio de san Buenaventura en los frailes que como él, se empeñaron en sembrar las semillas del saber en América Latina. Ideas y estímulos han bebido a caño libre en sus páginas maestros de la espiritualidad franciscana y almas sedientas de perfección, hasta el punto de editar repetidamente en tierra ecuatoriana sus opúsculos auténticos y aun los espurios, pero inspirados en su espíritu o compuestos por los frailes con retazos de sus obras.

El intento de construir un pensamiento cristiano y su praxis, en el seno de los orígenes de la Universidad, fue tarea destacable de la Iglesia Latinoamericana de los siglos posteriores al período de colonización e independencia, en fechas diferentes en cada país. Y, después de la llegada de las Órdenes Mendicantes, llegaron también otras congregaciones e institutos religiosos masculinos y femeninos, dedicados a la educación y a una espiral casi infinita de obras sociales, fusionando la razón y la fe en esa espiritualidad vivida que aportó una dimensión antropológica y cultural diferente, un nuevo concepto de hombre misionero, que sale de sí mismo para ir hacia el otro y construir nuevos horizontes de justicia, de verdad, solidaridad y amor, como afirma con fuerza el Papa Francisco en algunas de sus alocuciones.

Así como Buenaventura aprendió del divino maestro toda la riqueza incalculable de su ciencia, espiritualidad y santidad, también muchos misioneros y educadores franciscanos teniendo como fuente única de toda sabiduría a la Verdad Suprema, Jesucristo, supieron transmitir su experiencia de Cristo con la vida y la palabra al pueblo latinoamericano, y gracias a estas enseñanzas, muchos encontraron el camino de la santidad; pues, Dios quiso que en tierras latinoamericanas comenzara un resurgir de santos y santas, de fundadores de nuevos Institutos de vida consagrada y de mujeres y hombres de incalculable talento humano y espiritual.

La rica espiritualidad de san Francisco, bajo la figura de san Buenaventura, pasó a nuestro continente, porque la misma conquista de América fue en sus raíces una empresa espiritual y evangelizadora. La defensa del indio se tradujo por primera vez en Legislaciones y Teologías. El aporte cultural se convirtió en universidades a solo cincuenta años de la llegada de Colón. Así se inauguró el derecho internacional con los aportes del padre Francisco de Vitoria y su «Derecho de Gentes».

Impulsados por el espíritu evangelizador de los primeros misioneros, bajo la égida del gran Buenaventura, hacia el 1750, en Quito se fundó la Universidad franciscana San Buenaventura, dentro del complejo conventual de san Francisco de Quito. En este centro de estudios filosóficos y teológicos, cooperaron como docentes grandes figuras de dominicos, agustinos, mercedarios y franciscanos.

Hacia el 1800, el entonces presidente de la república del Ecuador, Gabriel García Moreno, solicitó a la provincia franciscana, facilitar ese espacio para ubicar a las Hijas de la Caridad, recién llegadas de Francia.

En el siglo XIX comenzó un nuevo despertar con la presencia pública de la Universidad de confesión católica, en regiones con distintas ideologías y culturas, como fue el caso de América Latina. En el siglo XX se restauran los colegios mayores que las Órdenes religiosas fundaron en la etapa de la Colonia y que fueron cerrados por los gobiernos liberales después de la Independencia.

En este nuevo auge de la Universidad de inspiración católica, los franciscanos de la Provincia de la Santa Fe de Colombia restauraron y transformaron el antiguo Colegio de Estudios Superiores en el Colegio Mayor, que más tarde se convertiría en la Universidad de san Buenaventura, precisamente para perpetuar no sólo su nombre sino sobre todo su pensamiento filosófico y teológico.

La Iglesia, animada por excelsas figuras de fervientes seguidores de Cristo, como san Buenaventura, ha continuado con su labor silenciosa de seguir sembrando, a ejemplo de Cristo, la buena semilla de la fe, del amor y de la ciencia por todas partes; y la preocupación por la educación ha sido objeto de profunda reflexión para el Magisterio eclesial, como lo expresan las constituciones apostólicas para las universidades católicas y facultades eclesiásticas, de san Juan Pablo II, Const. Ap., Sapientia Christiana, promulgada el 15 de abril de 1979, en el 1º año de su pontificado, y la Const. Ap. «Ex Corde Ecclesiae», del 15 de agosto de 1990, en el XII de su pontificado. Lo propio hará el Papa Francisco, con su nueva Const. Ap. Veritatis Gaudium del 08 de diciembre de 2017, y publicada el 29 de enero de 2018, en el 52º aniversario de la conclusión del Concilio Vaticano II, donde pide una reforma «radical» a las universidades e instituciones eclesiásticas, de modo que los estudios eclesiásticos reciban la «renovación sabia y valiente que se requiere para una transformación misionera de una Iglesia en salida».

Pues, es urgente –prosigue el papa- que todo el Pueblo de Dios se prepare a emprender una nueva etapa de evangelización, proceso que requiere decisión, discernimiento, purificación y reforma.

Así como Buenaventura, afrontó con decisión los conflictos de su tiempo, entre ellos la ruptura de la Iglesia ortodoxa con la Iglesia católica, por cuya comunión trabajó con amor incansable en París, también los teólogos y la misma teología, dice el papa Francisco, debe hacerse cargo de los conflictos, no sólo de los que experimentamos dentro de la Iglesia, sino también de los que afectan a todo el mundo.

Por tanto, es indispensable crear nuevos y cualificados centros de investigación en los que estudiosos procedentes de diversas convicciones religiosas y de diferentes competencias científicas puedan interactuar con responsable libertad y transparencia recíproca, para fomentar un diálogo orientado al cuidado de la naturaleza, a la defensa de los pobres, a la construcción de redes de respeto y de fraternidad. 

  1. LA SÍNTESIS FILOSÓFICO-TEOLÓGICO-MÍSTICA DE SAN BUENAVENTURA EN EL QUEHACER MISIONERO LATINOAMERICANO

En los escritos de Buenaventura resalta una peculiar fuerza divina impactante y enfervorizadora, que incluso el papa Sixto IV afirmaba diciendo que, al leer las obras de san Buenaventura se siente invadido de un fervor especial, porque fueron escritas por alguien que rezaba mucho y amaba intensamente a Dios. Es conmovedor el amor que respira cada una de las palabras del doctor seráfico. Es la unción espiritual que rezuman todas sus páginas, porque la ciencia bonaventuriana no es frío ejercicio de la inteligencia, sino sabiduría, sabor de la ciencia sagrada vivida y practicada por él y por los seguidores de Cristo, tras las huellas del Pobrecillo de Asís.

3.1 Valor del pensamiento bonaventuriano para los misioneros latinoamericanos

Nuestros evangelizadores y maestros franciscanos llegados al Nuevo Mundo, nunca hubieran podido llevar a cabo la gigantesca obra evangelizadora y de incalculable valor cultural, si no hubieran estado invadidos del amor a Dios y al prójimo, fuerza obtenida del contacto íntimo con Dios, al igual Buenaventura, quien por su constante oración, experimentó y vivió los mismos fenómenos místicos que analiza, como evidencia en su Carta de veinticinco memoriales de perfección, breve código ascético de valor inestimable, que demuestra los  esfuerzos que hizo para desligar su corazón de todo afecto desordenado y lograr una extremada exquisitez de conciencia, lo que le permitió progresar en el ejercicio de las virtudes. El Breviloquium y el Itinerarium mentis in Deum están compuestos con tanto arte, fuerza y concisión, que ningún otro escrito puede aventajarlos[10]. En realidad, no existe doctrina más sublime, más divina y más religiosa que la suya[11], en la que convergen la ciencia y la experiencia de Dios.

Nada más valioso para nuestros evangelizadores franciscanos, que bajo su ejemplo, supieron  armonizar la fe con la vida, la ciencia con la experiencia, la oración con el trabajo, el amor con la práctica de las obras de misericordia con los más necesitados de nuestro continente.

Los tratados espirituales de Buenaventura reproducen sus meditaciones frecuentes sobre las delicias del cielo y sus esfuerzos por despertar en los cristianos el mismo deseo de la gloria que a él le animaba. Estos temas fueron objeto de frecuente predicación por los misioneros que llegaron al Nuevo Continente, y, en Quito, lo realizaban en la predicación de ejercicios espirituales para todo el pueblo, en las antiguas recoletas que entonces existían para este propósito.

En aquellos tiempos, nuestros predicadores, recordaban a los fieles las delicias del paraíso, como lo hiciera el Doctor Seráfico, porque al identificarnos con Cristo nos identificarnos también con sus aspiraciones divinas, al saber que toda la familia del Rey Celestial nos espera allá arriba. ¡Es imposible que no se anhele ser admitido en tal dulce compañía! Pero quien en este valle de lágrimas no haya tratado de vivir con el deseo del cielo, elevándose constantemente sobre las cosas visibles, tendrá vergüenza al comparecer ante la presencia de la corte celestial.

Siguiendo este criterio, los franciscanos insistían en sus catequesis que la perfección cristiana, más que el heroísmo de la vida religiosa, consiste en hacer bien las acciones más ordinarias, tal como sostenía san Buenaventura, cuando escribe: «La perfección del cristiano consiste en hacer perfectamente las cosas ordinarias. La fidelidad en las cosas pequeñas es una virtud heroica». En efecto, los frailes predicadores y maestros subrayaban que la fidelidad constituye una constante crucifixión del amor propio, un sacrificio total de la libertad, del tiempo y de los afectos y, por ello mismo, establece el reino de la gracia en el alma.

En el pensamiento bonaventuriano, lo más relevante del aporte a la experiencia universitaria de la época, está dado por tres características:

a) La Sagrada Escritura, como palabra inspirada por Dios, que está en la base y por encima de cualquier reflexión humana.

b) El saber tiene un sentido práctico, en cuanto que es medio y no fin.

c) Para el saber no existen temas vedados, porque en el pensamiento del Doctor Seráfico caben todos los temas y se acogen aquellos que emergen permanentemente como respuesta a la problemática humana. No hay ideas absolutas o sistemas de pensamiento cerrados, sino una actitud abierta hacia la búsqueda continua de la verdad infinita e inagotable, por el ejercicio particular del quehacer académico latinoamericano.

3.2 El pensamiento de san Buenaventura en las aulas de Latinoamérica

El revolucionario mensaje espiritual de San Francisco de Asís repercutió en el quehacer filosófico-teológico y práctico en Latinoamérica, por medio de los grandes exponentes de la escuela franciscana medieval, y entre ellos, de san Buenaventura, cuya figura y enseñanza ha sido plasmada no sólo en el pensamiento sino también en el arte, en la arquitectura, en su nombre adoptado por algunas universidades esparcidas a lo largo y ancho del continente, y en el patronazgo de algunos pueblos e Iglesias de diversos países latinoamericanos.

En América Latina, se percibe hasta hoy el influjo de la filosofía y teología traída por los primeros evangelizadores del continente. Por eso, antes como hoy existe la necesidad de atender a la debida formación doctrinal de los predicadores. Si san Buenaventura se destacó por el celo y unción en la predicación, también los primeros misioneros que llegaron a estas tierras, lograron la conversión de muchos, gracias al desarrollo carismático de la predicación. Y, aunque San Francisco no pensó en la ciencia como un medio de acción apostólica esencial a su Orden, sin embargo, ésta se introdujo en la Orden por la fuerza misma de las cosas, sin que su progresivo desarrollo contradijera o violentara la primitiva Regla.

La predicación, precedida del ejemplo preclaro de los evangelizadores, nunca olvidó los principios filosóficos y teológicos elaborados por el Doctor Seráfico, que bien puede ser catalogado como el iniciador de la primera escuela franciscana a nivel de Orden, en la Iglesia y en el Pueblo de América Latina.

3.3 Virtudes del Doctor Seráfico imitadas por los misioneros latinoamericanos

La sencillez, humildad, pobreza, la oración, la mortificación, la paciencia y la auténtica caridad, vividas por Buenaventura, realzaron su saber, mereciéndole el título de Doctor seráfico. En medio de su desbordante actividad, ascendió por las vías de la santidad hasta su cumbre más cimera, porque como General de la Orden, Obispo y Cardenal, brilló por su prudencia, su humilde llaneza y amor de padre en atender a sus súbditos de cualquier categoría que fuesen.

La Pasión sacratísima de Cristo era el objeto preferido de sus meditaciones y amores seráficos, tanto que su crucifijo lo tenía totalmente desgastado de tanto besarle las manos, los pies, la cabeza y la herida del costado. Todos los días dedicaba un obsequio especial a la Virgen Santísima, y en su honor ordenó a los religiosos que predicasen al pueblo la piadosa costumbre de saludarla con el rezo del Ángelus. Su devoción a la Virgen equivalía a imitarla en su pureza y humildad.

Todas estas virtudes fueron también vividas e inculcadas en los fieles de nuestros países por los primeros predicadores y maestros. La piedad bonaventuriana, marcadamente cristocéntrica y mariana, fue la impronta de nuestros misioneros en su empeño por imitar a Cristo, camino del alma.

Los católicos latinoamericanos se caracterizan por ser un pueblo mariano, gracias al amor a la Virgen que los misioneros les enseñaron con su vida y con su palabra, tanto es así, que hasta hoy en muchas Iglesias, se sigue recitando el Ángelus al toque de campanas, de las 6 de la mañana, 12 del día y 6 de la tarde.

Si grandiosa fue la actividad de san Buenaventura, como sacerdote, como prelado y como sabio, no es menos grandiosa la acción misionera de nuestros frailes que, como buenos pastores supieron guiar a nuestros fieles hacia la única fuente de la vida y salvación; Jesucristo, porque en ellos ni la ciencia ni la acción lograron marchitar su espíritu.

En el Doctor Seráfico apreciamos el abrasante amor a Dios y al prójimo, que le condujo a una intensa vida interior, savia que empapaba toda su actividad de efluvios sobrenaturales. De modo parecido en los evangelizadores del Nuevo Mundo, se descubre el secreto resorte de una robusta vida interior, que permitió el despliegue de todo su increíble dinamismo misionero, sobrenaturalmente fecundo para nuestros pueblos.

Es la lección perenne que Buenaventura nos brinda, es el camino que con gesto amable y persuasivo nos sigue señalando a quienes no queremos dejarnos arrastrar por un mundo ávido de técnica, de adelantos, de prisas y velocidades supersónicas, pero en cambio, amenazado de un espantoso vacío interior.

Nuestros educadores, a ejemplo del Doctor Seráfico, no contentos con transformar el estudio en una prolongación de la plegaria, consagraban gran parte de su tiempo a la oración, clave del crecimiento de toda vida espiritual, como afirma San Pablo, sólo el Espíritu de Dios puede hacernos penetrar sus secretos designios y grabar sus palabras en nuestros corazones.

El celo por el bien de las almas que caracterizó a los predicadores y maestros, es fiel reflejo del gran predicador Buenaventura, quien tenía como auditorios comunes a Papas y reyes, como San Luis, rey de Francia, universidades, corporaciones eclesiásticas y comunidades religiosas de ambos sexos.

Para muchos católicos quedó grabado el entusiasmo con que se entregaban los misioneros y maestros a la tarea de cooperar a la salvación de sus prójimos, como lo exigía la gracia del sacerdocio, al igual que san Buenaventura, quien exponía con tal energía la palabra de Dios que, encendía los corazones de sus oyentes; pues cada una de sus palabras estaba dictada por el ardiente amor a Dios, que embriagaba su espíritu.

 3.4 Patronazgos de san Buenaventura

San Buenaventura es patrono de diversos lugares. En España es santo patrón de Alcudia de Guadix (Granada), de la isla de Fuerteventura, de Betancuria, una de las localidades de esa isla y de Pedreguer, Alicante. En Sevilla existe una famosa Iglesia dedicada a san Buenaventura, en el Casco Antiguo, cuya historia se remonta hasta hace muchísimos años, cuando era una parroquia ubicada dentro de un colegio de los franciscanos.

En Colombia es patrono de la ciudad de Buenaventura y de la Universidad franciscana llamada San Buenaventura en Bogotá. En México, se le confirió el patronazgo de la comunidad de Huacao. Es patrono de la Facultad de Matemáticas de la Pontificia Universidad Católica de Chile. En Ecuador, además de algunos pueblos que llevan su nombre, hasta el 1800 tuvo el patronazgo de la Universidad franciscana de San Buenaventura en Quito.

Una localidad ecuatoriana que permite revitalizar la fe en honor de san Buenaventura, es la parroquia san Buenaventura, en Latacunga, provincia de Cotopaxi, donde cada domingo, muchos fieles acuden al santuario de san Buenaventura. Es una localidad muy frecuentada por la devoción a san Buenaventura, cuya imagen de 40 centímetros, llegó a este lugar hace más de 200 años y tomó el nombre del santo, a quien lo llaman con afecto: El doctorcito.

Actualmente, la popularidad de Buenaventura traspasa fronteras y los domingos son días más que especiales, porque su santuario se llena de fieles que siguen llevando sus peticiones y agradecimientos. El lugar también se caracteriza por ser un verdadero «huerto» debido a su afamada producción de hortalizas y legumbres que se venden en mercados locales. La fiesta en honor de san Buenaventura es el 14 de julio, ocasión que da lugar a una mayor concentración turística, además de las celebraciones religiosas. Uno de los principales atractivos durante estas festividades tiene que ver con el espectáculo brindado por la comparsa de la Mama Negra.

La devoción a san Buenaventura llegó también a Esmeraldas, cuando mucha gente de la sierra proveniente de Cotopaxi fue a Esmeraldas, donde se radicaron y comenzaron a difundir la devoción al santo. Su fiesta se realiza entre el 14 y 25 de julio, y como preparativo para la conmemoración de la independencia política del 5 de agosto. Su celebración empieza con un pregón presidido por la imagen de san Buenaventura.

La ciudad de Pujilí, cantón pujante de la provincia de Cotopaxi, al igual que el resto de pueblos situados en los páramos del occidente de la Cordillera de los Andes, estuvo habitada por Aborígenes Panzaleos, dedicados a la agricultura, alfarería y pastoreo del ganado. En el siglo XV Pujilí enfrentó la conquista de los Incas. Durante el período de la Colonia el pueblo pujilense producía grandes especies de vegetales, cereales, frutos y animales autóctonos, lo que posibilitó la implantación de mitas, obrajes y batanes. El considerable grado de desarrollo humano, económico y social de este sector de la Real Audiencia de Quito, fue mérito suficiente para la fundación del asiento doctrinero llamado, Doctrina del Doctor san Buenaventura de Pujilí en el año de 1657. Este es el origen del actual cantón de San Buenaventura de Pujilí.

3.5 Evangelización y cultura en Quito

Entre los frailes franciscanos llegados desde España para evangelizar, destacan dos auténticos misioneros belgas, procedentes de Flandes, Fr. Jodoco Rique, fundador del convento de la Conversión de san Pablo (llamado San Francisco), y Fr. Pedro Gocial, que por 35 años trabajaron en suelo ecuatoriano. Fr. Jodoco fue un instrumento elegido por Dios para ser el más eficaz evangelizador de nuestro pueblo, porque llegó justamente en el momento en que los conquistadores ponían los cimientos para la fundación de la nueva ciudad de San Francisco de Quito.

Este ilustre franciscano, además de ser un grande apóstol, un insigne misionero, y un extraordinario evangelizador, siguiendo el ejemplo de san Buenaventura, puso las bases de la verdadera cultura ecuatoriana. Fr. Jodoco se caracterizó por su entrañable amor a Cristo y a su causa, y como su verdadero discípulo, se entregó totalmente al servicio de Dios. Pues, entendió que la recientemente descubierta América, necesitaba de verdaderos misioneros, y como Buenaventura, empapado del amor a Cristo, y a su padre san Francisco, decidió lanzarse a la aventura de ir a evangelizar los remotos países de América Latina[12].

Fray Jodoco, consciente de que debía prepararse no solo para predicar el Evangelio sino también para construir la cultura de los pueblos de América, pasó por España deseoso de aprender la lengua castellana, donde tuvo la oportunidad de conocer a grandes misioneros que ya trabajaban en México, entre ellos a Fray Juan de Zumárraga, primer Obispo de México y destacada figura de la historia de la Iglesia.

Como fue París para Buenaventura, para estos dos ilustres frailes, fue Quito el centro de evangelización y de promoción cultural, donde se esmeraron por llevar el mensaje siempre nuevo del Evangelio, aprendiendo incluso la lengua quichua que hablaban los indígenas de esta zona. Y, a ejemplo de Buenaventura, con infinita paciencia, humildad y dedicación, comenzaron a enseñar la gramática, la doctrina cristiana y las artes, como la pintura, escultura y arquitectura, de manera que lograron promover una cultura tan eficiente que, con el paso de los años, le ayudaría a Quito ser honrada con el título de Luz de América, y que el pasado 8 de septiembre de este año 2018, celebró el cuadragésimo aniversario de haber sido declarada por la Unesco, ciudad Patrimonio de la Humanidad. 

CONCLUSIÓN

En este breve recorrido histórico, distinguimos al menos tres grandes períodos: 1) la larga etapa de la Colonia, 2) el período que se inicia con la emancipación y, 3) los años que han transcurrido desde el final de la Segunda Guerra Mundial.

En la época de la colonia, el encuentro entre América Latina y Europa era históricamente inevitable y, en un primer momento, se realizó a través de los Reinos de Castilla y de Portugal, bajo tres signos importantes: el descubrimiento, la conquista y el imperio. A éstos hay que añadir el de la evangelización, objeto de esta conferencia.

La época colonial que va del 1492 al 1808, es el tiempo de la cristiandad de las Indias, que adaptó a su manera la cristiandad bizantina, medieval latina y principalmente la hispánica de los Reyes católicos y sus descendientes. En cambio, en la época de la agonía de la cristiandad del 1808 al 1961, la antigua cristiandad sufrió una modificación fundamental, cuando al organizar la Nueva cristiandad, trataron de reimplantar el «modelo» medieval y colonial (1930-1961). Intento frustrado gracias a la nueva actitud que generaría el Concilio Vaticano II (1962).

El nuevo espíritu del Concilio vino al encuentro de una revolución popular que se gestaría lentamente. La Iglesia se encuentra entonces en un momento crucial de su historia, y Medellín (1968) ha indicado sólo un primer paso. Detrás de los golpes de Estado de origen militar, terrorismo de extremistas, etc., hay un movimiento de fondo que a la luz de la fe, nos ayuda a comprender que la historia de la Iglesia de América Latina ha sido, es y será forma y momento de la única Historia de la Salvación[13].

El Descubrimiento se realiza en un momento de grandes necesidades y de transformaciones económicas en Europa. Para los descubridores se trataba de un hallazgo de nuevas fuentes de riqueza con mano de obra barata. América Latina se constituyó en una valiosa mina para Europa. Esto explica los inmediatos repartimientos de indígenas y el acelerado incremento del tráfico de esclavos negros.

Así, el descubrimiento quedó fuertemente marcado por el signo de la Conquista, que implicaba la imposición de un nuevo dominio político, incluso con la fuerza de las armas cuando éste no era aceptado dócilmente por los indios, estableciéndose una distinción legal entre conquistadores y conquistados, entre vencedores y vencidos.

El Imperio, bajo la fórmula de Reinos y Virreinos, fue el sistema mediante el cual quedaron definitivamente incorporados los territorios y pueblos americanos a Europa con una absoluta dependencia de las metrópolis. De este modo América Latina fue privada de una autonomía local y la población quedó rígidamente estratificada en españoles, criollos, mestizos, mulatos, aborígenes y esclavos negros[14].

Los signos que marcaron esta época, fueron: el predominio de un criollismo feudalista, el nacimiento y radicalización progresiva de los nacionalismos y el establecimiento del neocolonialismo controlado por Inglaterra y Francia. El ideal de los próceres de la emancipación, de una América federativamente unida pronto fue sustituida, por los rígidos nacionalismos. Se rompió la unidad continental, se multiplicaron los conflictos fronterizos y de intereses particulares.

La emancipación fue impulsada por los más poderosos sectores de los criollos, motivados por las nuevas corrientes políticas del liberalismo capitalista. Simultáneamente surgió el neocolonialismo cultural y económico, conectado con metrópolis industrialmente desarrolladas y libres para defender y promover sus propios intereses. El neocolonialismo del S. XIX y comienzos del XX consolidó el sistema oligárquico, generó una pequeña clase burguesa sometida a su servicio, mientras se agudizaban los problemas sociales y étnicos, y la autonomía del continente continuó profundamente herida.

No podemos dejar de mencionar especialmente la participación del clero latinoamericano en la lucha para la independencia, con una generosidad nunca reconocida: luchar con espíritu heroico, por independizar estos países del dominio extranjero. Desde México, donde los curas párrocos, Miguel Hidalgo y José María Morelos dirigieron el levantamiento de los indios, hasta Chile, donde el cura párroco José Ignacio Cienfuegos ocupó puestos de alta responsabilidad en las juntas patriotas; los clérigos diocesanos y religiosos colaboraron decididamente en la independencia desde el primer momento.

Con sus interpretaciones teológicas, ellos defendieron la justicia de la causa independentista y mostraron que la fe no se identificaba con las estructuras culturales de la época. Lamentablemente, la monarquía presionaba a los gobiernos patriotas a doblegarse y, mediante el derecho de Patronato, mantuvo acéfalas las diócesis durante veinte años, porque no aceptaba que la Santa Sede nombrara obispos sin su consentimiento.

Más tarde, desde 1830 hasta finales del siglo, los gobiernos republicanos cayeron en poder del liberalismo, que trató de imponer sus principios en la vida pública, manteniendo al mismo tiempo los privilegios de los monarcas en los asuntos eclesiásticos, lo que desembocó en la lucha político-religiosa, que caracterizó a las sociedades latinoamericanas durante todo el siglo.

En la última etapa de la historia de nuestro continente que se inicia en 1945, se produce la renovación más profunda y original de sus Iglesias. En 1955, impulsada por Pío XII, se celebra en Río de Janeiro (Brasil) la Primera Conferencia del Episcopado Latinoamericano, que aborda los problemas más importantes del continente y de sus Iglesias, preanunciado de algún modo el espíritu del Concilio Vaticano II. En esta Conferencia se sugiere ya la creación de un Instituto indigenista y etnológico y se condena la discriminación racial y el abuso de los bienes y de los indígenas. El resultado más importante fue la integración operativa de las Iglesias Latinoamericanas, a través del Consejo Episcopal Latino Americano, CELAM. En 1968 se celebra en Medellín la Segunda Asamblea, en la que las Iglesias de nuestro continente hacen una opción preferencial y solidaria por los pobres y por primera vez se habla de una nueva evangelización.

Del espíritu de Medellín nacieron la Teología de la Liberación (que impulsará Gutiérrez en Perú), la Religiosidad Popular, las Comunidades Eclesiales de Base, la nueva orientación misionera en las comunidades aborígenes y la inquietud por los Afroamericanos. La III Asamblea del Episcopado Latinoamericano, celebrada en Puebla en 1979, amplió los temas de Medellín. Finalmente hemos tenido otras dos últimas Asambleas en Santo Domingo y en La Aparecida (Brasil).

Desde el punto de vista de la metodología misionera, los misioneros cristianos asumieron la defensa de los derechos humanos; y, coherentes con el Evangelio, sinceros y fuertes en la denuncia de los males, demostraron que el cristianismo es un acontecimiento capaz de dialogar con el hombre, desde el primer momento de su contacto con una situación concreta.

El Papa san Juan Pablo II, en su segunda visita a México en 1990, proponía al indio san Juan Diego como auténtico apóstol de su pueblo e intérprete del inicio de una historia de gracia liberadora que comienza desde Guadalupe. La imagen de la Virgen es el anillo que unirá a los dos mundos: hispánico y latinoamericano.

IMPORTANCIA DEL PENSAMIENTO DE SAN BUENAVENTURA EN AL


[1]   Fr. Jorge Armijos, ofm es professor del Studium Theologicum Franciscanum de Quito (Ecuador).

[2]   Cf. J. Armijos, Apuntes de Historia de la Iglesia Latinoamericana, Ed. Biblioteca FFRACE, Quito 2001, p. 39-63.

[3]   Fr. Motolinía, cuyo nombre propio era Fr. Toribio de Benavente; Motolinía era llamado en lengua Nahualt y significa el pobre.

[4]   Cf. E. Dussel, Historia de la Iglesia en América latina, ed. Nova Terra, Tortosa 1972, p. 25-28.

[5]   Cf. J. Armijos, Apuntes de Historia de la Iglesia Latinoamericana, p. 5-10.

[6]   Cf. J. A. Merino, Historia de la Filosofía Franciscana, BAC, Madrid 1993, p. 29-104.

[7]   Cf. R. Guardini, Die Libre des heil. Bonaventura von der Erlosun, Dusseldorf, 1921, p. 186.

[8]   Cf. J. A. Merino, Historia de la Filosofía Franciscana, p. 31-32.

 [9]   Cf. A. Gemelli,  Il francescanesimo, Milán 1956, p. 96.

[10] Cf. V. Lazzeri, Teología mística e teologia scolastica: l’esperienza spirituale come problema teologico in Giovanni Gerson, Roma-Milano, 1994, p. 241-358.

[11] Cf. J. Gerson, Opera Omnia, París 1706, p. 58-90.

[12] Cf. A. MORENO, Fray Jodoco Rique y Fray Pedro Gocial: Apóstoles y Maestros Franciscanos de Quito 1535-1570, Ed. Abya-Yala, Quito, 1998, p. 12-342.

[13] Cf. J. Armijos, Apuntes de Historia de la Iglesia Latinoamericana, p. 39-63.

[14] Cf. C. Tescaroli, América Latina, 500 Años de Evangelización, ed. Sin Fronteras, Quito 1992, p. 12-197.

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